Un corazón nuevo
Me llamo Laila. Nací en Francia a inicios de los años 80. Mis padres, que eran estudiantes, no habían previsto mi nacimiento… Una amiga de mi madre, que conocía a su familia, le sugirió abortarme por miedo a la reacción de su madre. Pero ella no aceptó. En cuanto su familia se dio cuenta del embarazo, su reacción fue muy violenta. Hubo amenazas y un rechazo enorme hacia ella. Mi madre lloraba demasiado. Sin darme cuenta, estaba siendo rechazada por mi familia materna aún antes de haber nacido.
Mis padres
Algunos años después de mi nacimiento, mis padres se separaron y yo crecí al lado de mi madre, una ferviente musulmana. Durante mi infancia, mi madre cayó en una enfermedad incurable. El médico le dijo que acabaría siendo una discapacitada. Como madre soltera, a veces tenía hasta dos empleos para prever a nuestras necesidades, en perjuicio de su salud. Cuando ella tenía crisis de reumatismo, no se podía levantar, por lo que yo debía vestirla. Mi padre vivió algunos años en Francia, y después regresó a su país. Mis padres que pusieron de acuerdo para que cada verano pudiera visitar a mi padre. Mi deseo era pasar tiempo con él, pero eso sucedió raramente… más allá de la apariencia de niña feliz, mi corazón estaba roto.
El descubrimiento
A la edad de 10 años, mi madre estuvo por varios meses trabajando con clientes en una empresa automotriz. Una de sus compañeras la impactó por su gentileza y compasión. Aquella mujer era cristiana. Muchas veces, ella le propuso orar por ella. Un día, aquella mujer le propuso escuchar la historia de un hijo de Imam. Mi madre escuchó y fue impactada por los pasajes del Corán que este hombre citaba, a tal punto que iba a verificarlos en su propio Corán. Algunos meses después, se convirtió al cristianismo. De ahí en adelante, ella supo que Dios había perdonado sus pecados y estaba segura que iría al paraíso. Durante ese tiempo de búsqueda, yo acompañé a mi madre a la iglesia. Un día en casa, mi madre pidió a Jesús que la sanara de su enfermedad incurable y ¡Él la curó! ¡La sanidad no ocurrió en la iglesia, sino en casa! Para mí, aquello fue una toma de conciencia extraordinaria de la presencia, poder y amor de Jesús por nosotros. A partir de ese momento, comencé a amar a Jesús de manera apasionada. A la edad de 13 años, comprendí que cada ser humano, incluida yo, éramos culpables delante de Dios a causa del mal que hacíamos. Aun siendo joven, tenía pecado y necesitaba pedir perdón a Dios. También me hice consciente que en la cruz, Jesús murió a causa de los pecados de todo el mundo y también por los míos. Pedí perdón a Dios, reconocí que Jesús murió a causa de mi pecado y le entregué mi vida.
La crisis
Mi adolescencia estuvo llena de tumultos. Mi madre y yo teníamos muchos conflictos. Yo estaba enojada contra su negativa para que saliera a divertirme. Poco a poco, la amargura, el rencor, y la rebelión contra ella tomaron su lugar en mi corazón. Trataba de hablar con mi padre, pero no obtuve respuesta. Además de estar ausente físicamente, también lo estaba emocionalmente. Al fondo, mi corazón rebelde estaba cada vez más roto. Para compensar el sufrimiento interior, la moda y la música tomaban cada vez más un lugar en mi vida, Mi amor por Dios era sustituido por esas nuevas pasiones. Iba a la iglesia el domingo, pero el resto de la semana, vivía como si Él no existiera. En lo secreto de mi habitación, decía a Dios: “no veo ningún interés en seguir viviendo. Tómame, ya no quiero vivir”.
A los 16 años, mi familia paterna estuvo de luto, lo cual me afecto mucho. Durante meses, estaba deprimida y no tenía ninguna perspectiva a futuro. Ninguna relación o salida podía calmar mi sufrimiento. Cuando toqué fondo, le dije a Jesús: “Recuerdo tus historias que escuché cuando estaba en la escuela dominical. Te pido que intervengas o, si no haces nada, ya no asistiré a la iglesia y dejaré de creer”. En pocos meses, Jesús me consoló del duelo: la felicidad regresó al igual que una esperanza a futuro. No necesité hacer esfuerzo alguno para darme cuenta que Él había sanado mi dolor interior. En ese momento, decidí entregar mi vida entera (no solamente algunos aspectos) a Jesús para tener una relación más íntima con Él, dejarle conducirme en mis decisiones y en mi vida todo el tiempo. Con el tiempo, Dios sanó mi corazón roto revelándose como un Padre que tiene cuidado de mí, a quien puedo abrir mi corazón, que me protege y que me ama todo el tiempo. Su amor me dio un nuevo corazón para amar y un nuevo deseo de vivir. Me ayudó a perdonar a mis padres y que me reconciliara con mi madre. La vida no es fácil siempre, pero el amor y la presencia de Jesús me llena de felicidad, de paz y esperanza en los momentos difíciles.
Jesús es Aquél que sana los corazones rotos y revela el corazón de Dios. Él conoce lo que sientes en lo más profundo se tu ser y Él es el único que puede llenar tu corazón de su amor, su paz y su felicidad para que tengas una vida plena de sentido y abundancia.
Te invito a conocerle
Laïla