Pérdida de mi “Rumbo”
“A la búsqueda de mi padre”
Era la semana antepasada del mes de julio de 2002; tenía 20 años.
Mis padres se separaron cuando sólo tenía un año. Mi madre tuvo que criarnos sola, lo mejor que pudo, a mi hermana y a mí. Viendo la relación de algunos con sus padres, me pregunté cuál hubiese sido mi vida si hubiese tenido a mi padre en casa. Porque a mi padre, no le veía sino de vez en cuando. No nos conocíamos verdaderamente. Él jamás me abrió su corazón para que yo pudiese aprender de su experiencia y adquirir lecciones de vida. Él firmaba mi boleta escolar, me daba mi mesada y se comportaba con severidad cuando debía. Esa era nuestra convivencia.
Después de haber orado a Dios y de sentir su amor, tenía ganas de un cambio en mi vida, en mi relación con mi padre. Por lo que dije a mi madre que quería tener una verdadera relación “padre e hijo”. Con el apoyo de mi madre y de otras personas, decidí reanudar contacto con mi familia paterna e hice contacto con mi padre porque le amaba y quería tener el valor de decírselo un día. Sin embargo, perdía siempre la ocasión que se me presentaba, diciendo: tendré tiempo.
Era demasiado tarde
El miércoles 1 de agosto del 2002, estaba de visita en casa del hermano de mi padre, con el que tenía buena relación. Estaba convencido que me había acercado al límite. Después el teléfono de mi tío sonó. La noticia llegó. Su hermano, es decir, mi padre, acababa de morir en su trabajo. Me acuerdo de la primera cosa que dije después de haber comprendido que no le vería jamás: “Nunca le dije que lo amaba”. Un sentimiento de culpabilidad me carcomió. No paraba de decirme que una semana antes, con una simple llamada, una dosis de valor, todo hubiese sido diferente… A los 20 años, había perdido a mi padre, así como todas las respuestas a mis preguntas. Perder un padre es, de algún modo, perder el rumbo. Y cuando perdemos nuestro padre, nos perdemos. Estaba perdido.
Encontré a mi verdadero padre
Una tarde cuando estaba acostado en el suelo en mi habitación, me percaté de que Dios era mi padre, en la Biblia. Me aferré a esa idea y oré. Tomé consciencia de haber perdido un padre pero fui persuadido que OTRO me había adoptado. Era su hijo para siempre.
Esa tarde, tuve el coraje que hacía falta para ir a Dios, mi padre. Le confesé mis errores, mis inquietudes, mis proyectos incluso cuando sabía que, de algún modo, Él ya los conocía. Le repetí que le amaba y quería ser como Él. Él secó mis lágrimas, llenó el vacío, me dio un amor inexplicable por el resto de mi vida.
Ahora yo vivo para complacerle cada día y, en la medida que crezco, es Él quien puede reflejarse en mi carácter. Gracias a Él, sé de dónde vengo y a donde voy.
Si como yo, tu padre ha partido por una razón u otra, o si está vivo, pero se encuentra lejos, te hace falta buscar a tu Padre, a tu rumbo.
Por mi parte, el día que lo encontré fue de igual manera el día cuando encontré finalmente quién era.
Patrick