Atropellada por un metro
Fui una adolescente mentirosa, egoísta y floja. Lloraba mucho a causa del divorcio de mis padres y tuve el deseo de suicidarme. No teniendo el coraje de terminar con mi vida, me metí a estudiar piano en una escuela de música de jazz. Para ser como mis compañeros, comencé a consumir marihuana. EL día en que mis compañeros comenzaron a consumir cocaína, decidí detenerme y regresar a vivir con mi madre. Ella me recibió con los brazos abiertos, soportando mis crisis de carencia la noche en la que me levanté gritando. Tenía 23 años, no tenía ni amigos, ni trabajo, ni a Dios.
Mi madre llamó a un padre, quien me dijo que necesitaba de mi apoyo. Ese fue el inicio. Yo, pobre, drogada, ¿Podía ser útil a alguien? Fui con él. Tenía que ayudar en un refugio católico buscando jóvenes en la calle. Leíamos la biblia con ellos y me comprometí a creer en aquél Jesús que nos pedía amarnos los unos a los otros.
Uno de aquellos jóvenes me contó que si él hubiese tenido mi oportunidad, hubiese estudiado. Por tanto, me metí a estudiar y obtuve una maestría en informática. Sin embargo, durante mi segundo año en Marsella, tenía una gran tristeza en mi corazón; creía que Jesús, a quien admiraba al leer su vida en los Evangelios, amaba a todo el mundo menos a mí. Por tanto, un día salté a las vías del metro. Si bien es cierto que dos vagones pasaron sobre mí, no tuve más que algunas suturas en la rodilla y en la cabeza. Había perdido el conocimiento y cuando me desperté en el hospital, sentí el amor de Jesús por mí y eso transformó mi vida. Pasé de un sufrimiento intolerable a la verdadera felicidad, una felicidad profunda a pesar de las pruebas de la vida por las que tenía que atravesar porque, como lo dice la biblia: “ni lo alto, ni lo profundo ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 8:39). Pedí perdón por mi pasado y recibí el amor que Jesús siempre me quiso dar.
Desde entonces, asisto activamente a una iglesia donde encontré verdaderos hermanos y hermanas, oro cotidianamente. Obtuve un contrato de tiempo indeterminado y tengo una profesión apasionante. Y aún más, luego de varias reuniones, pude experimentar que lo que Jesús había hecho por mí, lo había hecho por miles de personas. Doy gracias a Dios por su amor y paciencia para con nosotros.
Que Dios te bendiga, tu que lees mi testimonio, que Él te dé la gracia de encontrarle a fin de que transforme tu vida y te llene de felicidad como lo hizo conmigo.
Laurence