Layo Leiva

San Jose, Costa Rica

La religión no me llenó

Nací en un familia de padres muy piadosos y religiosos. Desde muy temprano mi vida giraba alrededor de tres puntos: mi casa, mi escuela y mi iglesia. Mis padres eran líderes muy activos que participaban en casi todas las actividades de la iglesia. Además de nuestra participación en todos los servicios, casi todas las noches el día terminaba con nuestro "culto familiar" donde mi papá nos guiaba en una lectura de la Biblia (así aprendí a leer a los 4 años) y un momento para que todos hicieramos oraciones antes de dormir.

Así transcurió mi vida hasta que me llegó la adolescencia.

En esos años, comenzando la escuela secundaria, comencé a descubrir que había una gran brecha entre lo que se predicaba en la iglesia y la manera como las personas de la iglesia vivían. Por ejemplo, mis padres me enviaban a cortarme el pelo con su amigo peluquero que era uno de los líderes de la iglesia. Un día, mientras esperaba mi turno para que este señor me cortara el pelo (estilo "pato bravo"), me puse a buscar algo que leer en la gran pila de revistas que siempre estaban en la peluquería. Para mi sorpresa, en medio de esas revistas, encontré una publicación con  muchas fotos de señoritas sin o con muy poca ropa. Inmediatamente volví a ver para todos lados para ver si alguien me había visto. Como nadie se fijó en mi, busqué más y descubrí que este "hermano", líder de la iglesia, tenía toda una colección de revistas pornográficas disponibles para sus clientes en la peluquería.

Mis hormonas entraron en acción. Decidí que esa sería mi peluquería favorita (anque detestaba la manera tan tosca como me cortaban el pelo) porque era el único lugar donde podría encontrar este tipo de literatura en toda la ciudad. Y gratis...

En el séptimo grado (primero del nivel secundario), encontré un grupo de amigos con quienes nos dedicamos a explorar el lado "oscuro" de la vida. Descubrí que por mi trasfondo religioso, había dejado de conocer y experimentar muchísimas cosas de la vida y ahora tenía que probarlo todo.

Ese año me dediqué a la "vida loca". Probé todo lo que me pusieron enfrente, hice muchas cosas que mi religión y mi familia había definido como "pecaminosas" y prohibidas. Descubrí que había todo un mundo allí afuera que estaba esperando por mi y mis amigos. Aventuras que disfrutar y territorios que explorar.

Sucedió algo muy extraño. A medida que más me introducía en este mundo nuevo, más me alejaba de mis padres, mis hermanos y amigos más cercanos. Comencé a sentir una gran brecha en mi corazón hasta llegar a vivir dos vidas bastente separadas, con muy poca conexión entre ellas. Un día, viéndome al espejo, casi no me reconocí a mi mismo. Después de unos segundos de contemplar la imagen en el cristal, me grité a mi mismo "¡hipócrita!"

Mis padres y hermanos lucharon mucho por reconquistar mi cariño, pero yo cada vez me sentía más alejado y me daba verguenza estar cerca de ellos porque no sabían en las cosas en que yo estaba metido. Llegué a sentirme tan solo en mi mundo. Al poco tiempo, nada de lo que hacía me llenaba.

A estas alturas, ya me había hastiado de la religión. Detestaba ir a la iglesia a sentarme en las mismas sillas con ese grupo de viejos hipócritas. Asistía porque mis padres prácticamente me obligaban a hacerlo. El conflicto entre todas estas áreas desconectadas de mi vida creció tanto, que llegué a un punto de total desesperación. Todas las partes de mi mundo estaban colapsando...

Un día, a mediados de 1969, en lo mejor, más bien lo peor, de mi adolescencia, me encontré sentado en la última fila de una iglesia, muy molesto por haber sido obligado a asistir, tratando de llenar mi mente con cualquier pensamiento que me distrajera de lo que estaban diciendo al frente. Casi al final del larguísimo y aburrido mensaje, por primera vez escuché algo que nunca había oido: que Jesús es una persona, que tiene un propósito para mi y que está a la puerta de mi corazón, tocando la puerta esperando que yo abra y lo deje pasar.

¿Jesús deseando entrar a mi vida para darme propósito y felicidad? Nunca había escuchado semejante cosa... Inmediatamente me di cuenta que lo único que había en mi corazón eran temores, resentimientos, desprecios, dudas y caos. Cualquier cosa menos Jesús.

Regresé a mi casa esa noche y fui directamente a mi habitación. Cerré la puerta con llave e hice algo que nunca antes había hecho: me arrodillé al lado de mi cama y clamé a Dios con todo mi corazón "por favor Jesús, entra a mi vida. Te necesito más que nunca..."

No vi estrellas, ni ángeles, ni sentí absolutamente nada. Pero algo comenzó a suceder. A los pocos meses, empecé a descubrir que ciertas cosas habían cambiado, casi sin darme cuenta: mi relación con mis hermanos volvió a ser la misma, talvez mejor que antes. Mis padres se convirtieron en mis mejores amigos, especialmente mi papá. Encontré un nuevo grupo de amigos con quienes descubrí nuevas maneras de disfrutar mi juventud sin tener que realizar conductas autodestructivas.

Pero lo más importante, poco a poco fui encontrando que mi vida tenía un propósito eterno, mucho más allá que tan solo gozar el día. Me involucré en un movimiento juvenil cristiano donde más adelante conocí a la mujer más linda del mundo quien ha sido mi esposa por más de 30 años. 

Aprendí que ni la religión, ni la iglesia, ni la familia, ni los amigos son capaces de transformar mi vida. Solamente cuando tuve ese encuentro vital, personal con Jesús, el caos en mi corazón comenzó a reorganizarse y todas mis relaciones, aventuras y posibilidades comenzaron a tener un nuevo centro en Jesús.

Eso sucedió hace casi 40 años. Hoy, viendo hacia atrás al recordar ese día tan especial, me doy cuenta que allí comenzó la aventura más grande de mi vida. Caminar con Jesús y crecer con él ha sido lo más grande que jamás me ha sucedido. Aunque he tenido grandes pérdidas, fracasos y dificultades en mi vida, ahora siento la presencia de Dios dentro de mi llenando mi corazón con energía espiritual, dándome esperanza para el futuro y proveyéndome una razón para vivir.

No puedo pensar en algo más extraordinario que le pueda suceder a alguien que conocer a Jesús y caminar con él. Dios está allí, esperando que abramos la puerta de nuestro corazón para entrar y cambiar la oscuridad en luz, el caos en orden, la angustia en paz, el temor del futuro en la seguridad de una vida eterna con él. 

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