cuando nadie me vio, tu si lo hacías.
Crecí en un hogar con violencia y sin motivación. Mi padre era un hombre callado y poco expresivo consecuencia del alcoholismo de su padre que había fallecido cuando él tenía tan solo 9 años. Solía llegar del trabajo se sentaba a beber frente al televisor y cuando llegaba mi mamá discutían, se golpeaban, con mi hermano nos escondíamos y espiabamos desde la cerradura de la puerta. Fueron años muy duros, tenía dificultades con el estudio. Mi madre me maltrataba, insultandome, comparandome con mi hermano tres años menor diciendo que a pesar de ser menos era claramente mas inteligente. Cada palabra resonaba en mi mente y rompía mi corazón. Mí madre en lugar de amarme, motivarme a crecer, destrozaba mi corazón. Crecí sin que mis padres creyeran en mí, cuando tenía nueve años era terrible que mí madre me ayudara con la tarea. Porque cuando no podía resolver los ejercicios ella se enojaba tanto que me decía cosas terribles. Lo más duro que me dijo fue: “no tenés capacidades, nunca serás alguien en la vida, lo bueno es que sos mujer y podés casarte con un hombre que te mantenga y listo. Sólo te pido que termines con la primaria”. Esa frase marco mi vida, mi corazón se lleno de odio hacia mi madre y hacia mí por no tener las capacidades para crecer en la vida. Estaba tan triste al saber que mí vida no tenia futuro, entonces me propuse ser la mejor, pero mi autoestima era tan baja que ni aun así pude hacerlo, pensar que se iban a cumplir las palabras de mí madre me entristecía aun más. Un día dentro de toda esta situación mi madre conoció a Cristo y su vida comienzó a cambiar, me pidió perdón, pero no era suficiente para mí porque ya había arruinado la vida. Luego fue mi padre el que también comenzó una relación personal con Cristo y me pidió perdón por su ausencia por la falta de afecto y me abrazo bien fuerte. Nunca olvidaré este hermoso recuerdo porque de esta manera Dios se reveló a mí vida y la transformó por completo, sano mí corazón, cambió mi mentalidad, aprendí a perdonar a mis padres y a mí misma, por primera vez en mí vida pude aceptarme tal cuál era. Le pedí a Dios que sea el dueño de mi vida, le entregue mi sueño de estudiar Medicina y Él me enseño que todo lo puedo en Cristo que me fortalece. De lo poco que tengo, Dios puede hacer mucho y así pude terminar el secundario a los 17 años, con mucha dedicación y esfuerzo. Luego estudié enfermería y a los 20 años me gradué, especialicializandome en pediatría, actualmente con 24 años estoy en el tercer año de Medicina, trabajo en Vida Estudiantil Buenos Aires compartiendo del amor de Dios con otros estudiantes, alentandolos a que si se sienten incapaces o inseguros se aferren a Dios y podrán ver como es fiel. Al día de hoy vivo con mis padres los amo y a mis hermanos, al principio del relato dije que eramos solo dos, pero ahora se sumaron tres bellas mujeres a mi familia. Miro hacia atrás y recuerdo a esa niña triste “con pocas capacidades e insegura” y puedo comprender que aún en esos momentos de soledad, cuando creí que nadie me veía, Dios fue el único que puso sus ojos en mí, me amo, todo lo que soy actualmente es producto de su respaldo. Como dice salmos 32:8 “te hare entender y te enseñare el camino en que debes andar sobre ti fijare mis ojos”. Es un privilegio tener a Cristo en mi corazón y hasta hoy sigue transformando mi vida dándome propósito y significado, día a día es una gran aventura caminar de su mano, sin miedo a nada.